La naturaleza está respondiendo al mal uso de sus recursos en manos de la humanidad, como corresponde: con furia. Terremotos, tsunamis, tornados y aludes son su forma de protesta. Norma vivió de cerca, hace años atrás, una de estas circunstancias cuando conoció la furia del volcán Villarrica en Chile.
Contemporáneo y oportuno es el relato de Norma, debido a las catástrofes naturales que han sacudido la tierra de nuestro país vecino y también la nuestra, pero en réplicas más leves. La historia comienza cuando viajó a Chile en 1948 para realizar una excursión de placer junto a su hermana y su prima, para conocer el sur de América de ambos lados de la cordillera de los Andes. Pero volvieron con algo más que buenos recuerdos e imágenes de lugares majestuosos. Debieron escapar del lujoso hotel en el que se hospedaban, para no ser víctimas de la erupción del volcán más activo del país. “Veíamos bajar la lava por la ladera y a mucha gente corriendo. Le dijimos al chofer del micro que parara para que pudieran subir al vehículo, pero se negó”. Las crónicas del momento revelaron que hubo más de 50 muertos.
La Cordillera de los Andes, con sus 7.500 kilómetros, constituye una de las cadena montañosas más extensas del planeta. Tanto del lado argentino como el chileno, el sur de esta cadena se caracteriza por ser delgada y cuenta con una importante actividad volcánica que se inició en el período cuaternario (el último de los grandes períodos geológicos) y continúa hasta la actualidad. El tramo central de la cordillera se caracteriza por tener una actividad sísmica recurrente, mientras que la zona norte es una conjunción de estos dos fenómenos naturales.
(revista Contá y Ganá Nº 11)
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