viernes, 2 de enero de 2015

A diez años de Cromañón, los recuerdos vivos de los que ya no están

Los posters de bandas que le encantaban. Esa remera pintada por sus manos. Ese juguete que se convirtió en su preferido. Ese instrumento que era como un amigo inseparable. Esa habitación que quedó intacta una década después. A diez años de la tragedia, los padres de las víctimas de Cromañón buscan mantener viva la memoria de sus hijos a partir de los objetos que les pertenecieron. “Tocar sus cosas es como estar más cerca de él”, coinciden.

Santuario. Mariano Benítez (20) pasaba horas en su habitación de su casa en José C. Paz, donde vivía con su familia. Las paredes del dormitorio están cubiertas de posters de La Renga, Metallica y Callejeros. Entre esos papeles se entremezclan pintadas y frases de canciones, que se esconden en el canto de los cajones, en las puertas del placard o en la pared.
El 30 de diciembre de 2004, Mariano fue con su amigo Gustavo Marchiano (21) en tren hasta el boliche República de Cromañon, en Once. Ambos perdieron la vida junto a otras 192 personas que habían ido al recital de Callejeros.
Desde entonces, en la habitación de Mariano todo está igual. “Quiero que todo quede tal cual lo dejó. Sólo cambio la cinta scotch cuando se desprende algún poster”, aclara su mamá, Nilda Gómez. En el ropero están sus remeras dobladas y otras hechas un bollo. Nilda las acaricia, pero se cuida de no desacomodarlas. Desde hace diez años que están en el mismo lugar. “Está prohibido limpiar la ventana, porque no quiero que se borre lo que Mariano escribió en los vidrios”, cuenta. La cama fue lo único que sacaron de la habitación porque ella pasaba muchas noches durmiendo allí y no le hacía bien. La reemplazaron por un escritorio, que fue el que Nilda usó para terminar la carrera de Abogacía. “Mi casa se convirtió en un ‘atrapador de tiempo’, en vez de un ‘atrapador de sueños’. Todo está en su lugar para conservar el tiempo”, explica.
Gustavo Marchiano también tenía un sector de su casa exclusivo para él. Además de sus amados posters de bandas, tenía un escritorio en donde pasaba mucho tiempo dibujando y pintando remeras. “Era un artista”, lo recuerda su mamá, Marisa, mientras recorre con su mano el dibujo de la remera y contiene las lágrimas.
Ella todavía se encarga de lavar, planchar y doblar una y otra vez su ropa. “Si me deshago de sus cosas, siento que me desprendo de sus recuerdos”, comenta. Una de las remeras más significativas para ella es una verde que su hijo terminó de pintar, pero no llegó a estrenar.

Osito. “Ahora éstos son mis tesoros”, dice Alejandro Gómez mientras se aferra a un osito marrón que era de su hijo y a la última foto que le sacó, una semana antes de la tragedia. Pablo Gómez estaba entusiasmado porque sus tíos le habían prometido llevarlo al recital de Callejeros, grupo del que era fanático a pesar de tener sólo 9 años. A pocas horas de salir rumbo a Cromañon, su papá lo puso en penitencia porque se había peleado con uno de sus hermanos. “Lloraba tanto porque no lo dejaba ir que me dio pena y cuando le dije que iría me puso una carita de felicidad...”, rememora el hombre con la angustia contenida en sus ojos.
Pablito se puso la remera amarilla de Callejeros, unas bermudas y un buzo de los Simpson atado a la cintura. Se fue con otros seis familiares. Fue el único de ellos que no logró sobrevivir, murió después de estar siete días internado. “Me pasé muchas noches durmiendo sobre la tumba de mi hijo”, confiesa Alejandro, y comenta que colocó una repisa en su dormitorio para los juguetes que durante estos últimos diez años le compró a su hijo y no pudo regalarle. También guarda una alcancía con monedas y chicles. “Le regalaban diez centavos y era feliz. Creo que hoy sería un joven con mucha vitalidad y tan terrible como era de chico”, dice esbozando una sonrisa.

Estudios. “Querida mamá: Gracias por cuidarme y por comprarme juguetes”. Esta cartita la escribió Sergio Ruiz cuando tenía 7 años. Ahora forma parte de la caja de los recuerdos que atesora su mamá, Amelia. “Todas estas cositas las tengo a mano y las veo cuando no puedo más del dolor. También tengo su colección de autos y sus libros. Le encantaba leer”, destaca. “Cromañón nos dejó una herida muy profunda que no va a cerrar nunca”, comenta la mujer que perdió a su hijo a los 21 años.
Amelia abraza el guardapolvo de egresados del Comercial 33 de Sergio. Relee por undécima vez los escritos en la tela blanca de los compañeros del chico. La acompaña Isabel Rodas, que perdió a su hijo Abel González (25) en la misma tragedia. “Mi hijo también era muy aplicado. Sabía tocar la guitarra, la armónica y el bajo”, cuenta la mujer. “Tocaba de oído, nunca fue a un profesor”, se enorgullece. Abel enseñaba música a los chicos del barrio de Lanús que se acercaban a su casa. Isabel guarda los instrumentos de su hijo para sentirlo más cerca.

Pasiones. Verónica Valsangiacomo (25) y su mamá, Rosa David, tenían algunos roces, pero todo se olvidaba cuando la mujer se sentaba a observar cómo su hija hacía manualidades. “Ese era nuestro lugar de encuentro. Yo la ayudaba con cosas chiquitas y siempre nos reíamos porque las cosas que yo le hacía quedaban feas y las de ella, hermosas”, recuerda. Verónica tejía chales, hacía velas y lámparas. La chica perdió la vida junto a su hermano, Mariano, en Cromañon.
Teodora Silva se aferra a las camisetas de Independiente de Jorge (20) y Nelson (21) Pereira para intentar mermar la angustia y el vacío que la invade por la pérdida de sus dos hijos varones. “Toda la familia es hincha del Rojo”, cuenta. Los chicos habían llegado a la Argentina desde Paraguay cuando eran bebés y aquí forjaron su amor por Independiente y el rock nacional. “Ahora mi única terapia es llevarles flores al cementerio”.

EL DOLOR DE LOS HIJOS QUE NACIERON SIN UN PAPA

“Lo que más nos duele es que nuestros hijos no tuvieron un abuelo”, se lamenta Yesica Mendieta junto a sus tres hermanos. “Un día me quedé sola con dos criaturas que con menos de 12 años perdían a su papá”, recuerda Silvia Sánchez. A ambas familias les cambió la vida el incendio en el boliche de Once porque estos seis chicos tuvieron que crecer sin un padre. A diez años de Cromañón, el relato de las otras víctimas de la tragedia.

Yesica, Germán, Miguel y Micaela tenían entre 18 y 13 años cuando vieron por televisión que el local bailable donde trabajaba su papá como seguridad se incendiaba. “Fueron mis tíos los que nos dijeron que lo habían encontrado muerto”, recuerda la más grande de los Mendieta.
Para el momento de la tragedia los chicos no convivían con Evaristo Mendieta (39) porque estaba separado de la mamá de ellos. “Casi no lo veíamos, por eso mis hermanos más chicos casi no tiene recuerdos de él. Igual era nuestro papá y te duele pensar que por culpa de Cromañón nos quedamos sin él”, se sincera Yesica, aunque destaca que el mayor dolor que tienen los hermanos es que los ocho hijos que tienen en total “no pudieron disfrutar de un abuelo”.

De cero. “Yo era una ama de casa feliz, tenía todo lo que necesitaba y un marido que se ocupaba de todo hasta el 30 de diciembre de 2004 cuando de repente me quedé sola con dos criaturas”, rememora Silvia, esposa de Christian Frías (33). Para ese momento, sus hijos Nahuel y Ayelén tenían 12 y 7 años. “Los senté en la mesa y les conté lo que había pasado. Mi hija me preguntó: ‘¿y ahora que vamos a hacer sin papá?’. En ese momento les prometí que yo me iba a encargar de todo”. Silvia no sabía cómo, pero lo iba a intentar.
La mujer tuvo que empezar a trabajar para mantener la casa y criar a sus hijos. “Aunque suene loco yo siento que no crié sola a mis hijos porque cuando lo necesité Christian estuvo. Se me aparecía en sueños y hablábamos”, cuenta a PERFIL. “En el último año de secundario, con Nahuel tenía algunos problemas y ya no sabía qué hacer. Sentía que las cosas se me habían ido de las manos. Una noche soñé que mi marido hablaba con nuestro hijo y al día siguiente las cosas entre nosotros se calmaron”, ejemplifica, y agrega: “A los chicos todavía les cuesta hablar de Cromañón y recién el año pasado pudimos empezar a tocar el tema, todavía es una herida que tenemos a flor de piel”.

No hay comentarios: