sábado, 7 de diciembre de 2013

El cura Ilarraz asegura que quisieron "crear la imagen de un monstruo"


Acusado en la Justicia de corrupción de menores, el sacerdote accedió por primera vez a romper su silencio. Dice que fue víctima de un complot y que “el móvil tiene otros intereses”.

La curia de Entre Ríos se vio envuelta en un escándalo cuando una publicación periodística local denunció que, entre los años 1984 y 1992, el cura Justo José Ilarraz (61) habría abusado de unos cincuenta aspirantes a sacerdotes que estaban a su cargo en el Seminario Arquidiocesano de Paraná. En octubre de 2012 se formalizaron siete denuncias en su contra en donde las supuestas víctimas, de entre 13 y 15 años, relataron escenas escalofriantes: “se metía en mi cama”; “me acariciaba”, “me masturbaba”, “nos hacía bañar con él”.
La Justicia lo acusó por el delito de “corrupción de menores agravada por su condición de educador”. Por primera vez desde que estalló el escándalo, Ilarraz decidió dar su versión. Lo hizo por escrito. Y con PERFIL.
El sacerdote respondió una serie de preguntas –pero no todas– que este medio le envió a la casilla de correo de su abogado defensor, Jorge Muñoz, luego de varios meses de gestión. Entre otras cosas aseguró que es “inocente” y redujo el accionar de los siete seminaristas que lo acusaron a “un complot” en su contra con fines “económicos”. Además, entendió que crearon “la figura de un monstruo” y aclaró que “no caminó desnudo” por los pasillos del seminario.
“No quiero acoso periodístico”, le advirtió a su abogado. Sin embargo, y después de varios meses de insistencia, Ilarraz accedió a contestar las preguntas de PERFIL junto a su defensor. “Cuando se realiza una acusación, puede haber una multiplicidad de facetas o intereses para realizarla. Puede moverlos el odio, la venganza o los intereses económicos, entre otros”, analiza Ilarraz desde Tucumán, su lugar de residencia desde 1997.
—¿Se siente responsable de algo?
—Es tremendo lo que armaron estos tipos. Desde que el seminario era un campo de concentración, que comían comida en mal estado, que no tenían libertad, que había todo tipo de práctica personal y comunitaria de abusos repetidos y corrupción a cielo abierto. Es impensable que alguien pueda creer en algo de todo esto, y que haya habido tanta impunidad. Fui reconocido y apreciado por muchísimos seminaristas en los años vividos en el seminario como en los posteriores a mi partida del mismo. El perfil de un pedófilo, dice la ciencia, se lo reconoce en sus hechos y perdura en el tiempo. O sea, no se cura.
—¿Qué piensa del abuso sexual a menores en manos de un sacerdote?
—Cualquier tipo de abuso es una aberración. Pero mucho más cuando hablamos de menores y más aún cuando nos referimos a un educador o a un religioso. Ninguno, en sus cabales normales, podrá decir una cosa contraria. Es un delito aberrante.
—¿Los seminaristas, cuando estaban bajo su supervisión, acostumbraban ingresar a su cuarto?
—Todos los sacerdotes del seminario teníamos dos habitaciones, un escritorio y un dormitorio. Eso quedó muy claro en el testimonio de todos los que pasaron. O sea que el sitio adonde ellos iban era al escritorio donde se hacían reuniones organizativas, lugar donde encontraban al sacerdote para cualquier tipo de consulta. Los denunciantes sitúan tanto este espacio como los dormitorios donde dormían los cincuenta seminaristas y también la batería de baños al final del pabellón. Hasta dijeron que me paseaba desnudo por dichos pabellones comunitarios. En el expediente quedó claro que ninguno de los treinta testigos me vio ni desnudo, ni en ropa interior, ni en ninguna situación extraña. Es una falacia decir todo esto y así querer crear la imagen de un monstruo, de un enfermo, que esperaba “los últimos cuatro o cinco que salían de la ducha para secarlos con la toallita”, como diría un denunciante.
—¿Es culpable o inocente?
—Me dijo una señora el año pasado: “padre usted no tiene que defender su inocencia. Son sus obras y sus años de servicio sacerdotal que atestiguan por usted”. Esta frase me llenó de consuelo y fortaleza. Me conocen hace casi 20 años por esta provincia, siempre cercano a la gente. Pero para que quede muy claro: soy inocente. Además desde el principio mis abogados se encargaron de repetirlo desde el primer momento. Ni la Justicia ha tenido pruebas para incriminarme; ni siquiera los casi treinta testigos que pasaron por el juzgado dijeron algo desfavorable. Por donde me muevo la gente me saluda, me abraza y comparte mi dolor.


Definen la prescripción

Los hechos por los que se lo acusa a Justo José Ilarraz tienen más de veinte años. Por eso, la defensa del sacerdote reclamó la prescripción de la causa. La Sala I de la Cámara del Crimen de Entre Ríos dio lugar al pedido, pero más tarde el Tribunal Superior rechazó esa resolución. Ahora debe ser evaluada nuevamente por otros jueces.
“Confiamos que la nueva sala (la II de la Cámara del Crimen, integrada por Marcela Davite, Ricardo Bonazzola y Marcela Badano) va a rechazar la prescripción y, por fin, esta causa podrá seguir su curso y ser tratada por la denuncia en concreto”, explicó a PERFIL Jorge García, procurador general del Superior Tribunal de Justicia.
García estima que en febrero se conocerá la resolución de la Cámara y si es favorable para los querellantes, el sacerdote será llamado a indagatoria. “Nosotros tenemos pensado llamar a todos los seminaristas que estuvieron bajo la supervisión de Ilarraz durante esos años. Tenemos cincuenta víctimas anotadas y las vamos a llamar”, aseguró.
El Superior Tribunal no opinó sobre la cuestión central de la prescripción, pero anuló la resolución de la Sala I de la Cámara Penal porque sólo emitió opinión sobre dos de las denuncias contra Ilarraz y dejó afuera las cinco restantes.

Publicado: Diario Perfil

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