martes, 22 de enero de 2008

¿Nos acostumbramos a viajar mal?

Si algo me sorprendió del tren marplatense fue la puntualidad. 23.30 figuraba en el boleto como horario de salida de la formación desde Constitución con destino a Mar del Plata, y ni un minuto más ni uno menos partió. Pero las demoras por “desperfectos técnicos” que se produjeron en lo que va de enero me derrumbaron las esperanzas de contar con algún medio de circulación "rescatable".

Los retrasos en los transportes son cuentas corrientes. “Es un desperfecto técnico”, “problemas con la señalización”, “cancelación del servicio por un piquete o un paro del personal”, y más y más y más son las razones que intentan justificar o “realmente” explicar lo que pasó con alguno de los servicios. Todas suenan a excusas y el usuario se va corriendo para ganar un lugar en la fila que te conduzca a otro medio de transporte.

El lunes, la línea B de subtes estuvo demorada unos minutos “por un perro”. No me supieron explicar si al pobre animal la mataron o estaba dando unas vueltas por las vías. La cuestión es que cualquiera sea la razón los retrasos están casi naturalizados por todos.

También se mostraron imágenes de la manera en que los turistas partían o volvían de la costa en los trenes de la empresa Ferrobaires. “Ojalá no tengamos problemas con la ventanilla (que la podamos subir si tenemos calor o que la podamos bajar en lo contrario)”, era uno de mis pedidos después de tener en mano los pasajes de ida y vuelta por las vías del sur.

La experiencia me llevó a esta súplica. Hace dos años tuvimos que poner en práctica lo aprendido mirando la serie “Mc Guiber”. Atamos una sábana a una manija de la ventanilla y la anudamos a la punta más alejada del asiento con nuestros cuerpos arriba de la tela para hacer más peso. Y como no se pudo bajar del todo, tomamos un toallón y tapamos el espacio que permitía el ingreso del viento.

-“Hay que frío que tengo Juan ”, dijo una señora integrante de un “grupo de jubilados” mientras cargaba su bolso rumbo a la puerta que le permitiera descender del tren.
-“Bueno, ya bajamos”, contesta un señor con otro bolso al hombro.
-(se entromete una oyente casual) “Es sabido señora. Para viajar acá hay que venir con campera”.
-“Pero no pudimos bajar la ventanilla en todo el viaje. Estaba rota”, se queja al viento, que paradoja.
-“Si, por eso. Uno no sabe con lo que se va a encontrar”, termina una, al parecer, experimentada pasajera del marplatense.

Pero todo esto no es muy distinto a lo que pasa todos los días en todos los transportes. Los trenes funcionan cada vez peor. Los papeles, botellas, vasos de café entran antes que los pasajeros y se sientan en los asientos rotos o con las fundas tajadas.

Las quejas son infinitas y los ejemplo van más allá aún, pero tranquilos porque en esta Argentina esquizofrénica en poco tiempo tendremos un tren bala que vuele por los rieles de una vía sin tornillos, con durmientes gastados y con una falta completa de mantenimiento en todos los rincones.

Por Nadia Galán
Fuente foto: porlosrielesdelsud.com

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