lunes, 17 de octubre de 2011

Sin Sol

Seriedad. Agasajo. Ahogo. Llantos. Recuerdos. Protocolo de emergencia. Los restos de los 22 pasajeros que murieron en la tragedia de Sol, empezaban a ser entregados. Pero había mucho hermetismo. “Los medios no se pueden enterar”, se planteó. Silencio. Las familias no se pueden cruzar.

Café, masitas, jugo, té, facturas, pasta frola. Una mesa larga, prolija, y un hotel porteño imponente. Solo una familia de las víctimas fatales por vez. En horarios escalonados. Cuando una se va, la otra ingresa. Un grupo de profesionales los contiene, los escucha, les dan abrazos y les informan el paso a paso para enterrar a ese ser querido que perdieron hace 76 días. Los trabajos para identificar las partes de cuerpos fueron “minuciosos” y requirió de tiempo para catalogarlos.
“Nosotros lo esperábamos. Justo él, minutos antes del accidente, hizo un puntito en Comodoro y un avión sin alas”, recuerda ella. Más tarde la televisión le daba la triste noticia. Su hijo, el ejemplar, el que logró “ser” alguien en la vida ya no iba a estar más. Las psicólogas, arregladas, pintadas y muy atentas (hasta asfixiarte) la animaban.

“Mirá como a pesar del dolor, comen y ‘disfrutan’ de tomar en esas tazas. Jamás estuvieron en un lugar así”, analizaba el defensor. La familia de clase media terminaba el primer punto del camino diseñado hasta el cementerio para que le lleven una flor y le den “cristiana sepultura”.
“Ahora van a ir hasta la morgue judicial, se van a reunir con el director y podrán sepultarlo”, explica amablemente a la familia. Al que toma la decisión, lo llaman aparte: “es una bolsa cerrada, que si lo desea puede ver su contenido, sino, y confía que lo que hay allí se trata de la víctima se pone en el cobre y se lo entrega”. Uno puede entrar a ver el polvo, ese pedacito de algo que haya quedado. El hombre mayor quiere, pero no lo dejan. Resignación. Se sienta, agarra el celular y le muestra uno a uno la última foto que se sacó con él.

Tercera parada: el cementario para firmar papeles. Todavía falta para el final. Más recuerdos, más historias repetidas para quien quiera escucharla. Sol, viento, cigarrillos. Ansiedad.
Después de las 13, se suben al auto rumbo al cementerio municipal de su localidad. Flores, pañuelos, llantos. Sepultura de un cuerpo, y de un caso.

martes, 11 de enero de 2011

La masacre silenciada


Integrantes de Gendarmería Nacional persiguieron, acribillaron e incineraron a los pilagá. Para que el silencio deje de ser eterno, se realizó un documental sobre este genocidio estrenado en el festival de cine independiente.


En octubre de 1947, los pilagás fueron rodeados por persoal de Gendarmería Nacional con la excusa de que se estaba por “levantar una indiada” y debían protegerlos. La etnia pilagá los recibió con un unánime reclamo: atención médica y comida, porque la hambruna los estaba llevando a la muerte. La respuesta fueron balas y la sepultura del genocidio durante 58 años, donde se estima que murieron más de 700 integrantes de la tribu.

El hambre obligaba a los pilagás a caminar kilómetros de Formosa a Salta para trabajar en ingenios azucareros como mano de obra barata, y los grandes productores se aprovechaban de esa situación. Pero sus rituales musicales nocturnos en homenaje a los integrantes de su comunidad que iban muriendo por las malas condiciones de alimentación y sanitarias comenzaron a molestar a los vecinos, tanto del pueblo como a la Gendarmería.



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